Desde la insignificancia.
¿Cómo te atreves? Insolente. Pretendes calificarme sin saber cómo se vive desde la orilla del acantilado. Tú, ostentando propiedad del mundo, de su idea moral y del buen proceder. Te estorbo tanto, que serÃa largo tratar de enumerar, en exacto, aquello que juzgas. Que me he negado a ser tu musa o la imagen étnica que te justifica. Que me he cansado de la servidumbre. Que estoy harta de la incondicionalidad absurda. Probablemente, es porque tomé la opción de abrir la mirada, de escuchar mi voz, de nombrar a mi hermana, y hube de apropiarme de mi hacer autonomÃa. Entonces, me acusas: Que soy vanidosa. Que me falta sabidurÃa -para entender tus reglas-. Que