Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
y mi historia, algunos hechos que recordar no quiero.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un dÃa—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropÃa.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto escribo.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traj