Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insÃpida soportabilidad de los llamados dÃas buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tirarÃa a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mi arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces se inflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o u