Vivimos al amparo de los roles sociales, de lo que se espera que hagamos, pensemos y digamos. Solo excepcionalmente somos auténticos. En general, nuestra vida se pierde en la inautenticidad, y es natural que asà suceda, porque nuestro propio modo de ser implica asumirnos como radicalmente finitos, aceptar la angustia de no poder cumplir todas las posibilidades que se despliegan ante nosotros, correr el riesgo de equivocarnos y arrepentirnos, y sentirnos culpables de las elecciones que hemos hecho, y en fin, vivir cada momento de nuestra vida ante nuestra mortalidad.
La culpa nos hace presente el pasado, tal como nuestro ser hacia la muerte nos hace presente el futuro, anticipándolo. Por