Yo la amé, y era de otro, que también la querÃa.
Perdónala, Señor, porque la culpa es mÃa.
Después de haber besado sus cabellos de trigo,
nada importa la culpa, pues no importa el castigo.
Fue un pecado quererla, Señor, y, sin embargo
mis labios están dulces por ese amor amargo.
Ella fue como un agua callada que corrÃa...
Si es culpa tener sed, toda la culpa es mÃa.
Perdónala Señor, tú que le diste a ella
su frescura de lluvia y esplendor de estrella.
Su alma era transparente como un vaso vacÃo:
Yo lo llené de amor. Todo el pecado es mÃo.
Pero, ¿cómo no amarla, si tú hiciste que fuera
turbadora y fragante como la primavera?
¿Cómo no haberla amado, si era como el