Abriendo el Evangelio, mis ojos se encontraron con estas palabras: «Subió Jesús a una montaña y fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él» (San Marcos, cap. II, v. 13). He ahà el misterio de mi vocación, de mi vida entera,
y, sobre todo, el misterio de los privilegios que Jesús ha querido dispensar a mi alma... El no llama a los que son dignos, sino a los que él quiere, o, como dice san Pablo: «Tendré misericordia de quien quiera y me apiadaré
de quien me plazca. No es, pues, cosa del que quiere o del que se afana, sino de Dios que es misericordioso» (MsA - Historia de un Alma)