Ni más dueño, ni mas hacedor de cultura que los obreros, desafiando siempre al silencio, incluso con blasfemias y gritos hasta que caiga el rayo ansiado de esa alquimia de poesÃa revolucionaria que nos llevará al otro lado de la periferia consciente e inconsciente, sonora como el fuego de una orquesta de sirenas.