Sobre un carro, un carro de ruedas destartaladas y ejes que chirrÃaban, a contraluz con la estepa iluminada eternamente, llevamos ayer su cadáver a Motorwo, y en su jardÃn, la cabeza hacia España, lo enterramos... Con él se fueron las medallas religiosas, el cisne blanco en la camisa azul, y aquellas rosa de los Alpes que una estudiante alemana le regalara. Nos dejó, sin embargo, una antologÃa de la buena muerte y una postura arrogante ante lo irremediable. CaÃa la tierra sobre su cuerpo y descendÃa sobre nosotros el afán silencioso en la lucha. AsÃ, sin gritos, proseguÃamos, cada vez más acelerada, la marcha hacia los lÃmites de nuestra conciencia. Se desangran, sÃ, los cadá