Cimente gran parte de mis ideas en la negación e inexistencia de un Dios y lo fortalecà con un todo tras un simple azar, completado con las patéticas visitas dominicales a la Iglesia donde estaba dispuesto a pararme una hora o más con mis padres y escuchar los mismos sermones de cada ocho dÃas hasta lograr a veces memorizarlos. Sentà gran apatÃa por la Iglesia repleta de imágenes y santos cuyos nombres eran variados, cuyos favores aún más desconocidos, además de contemplar sus rostros inmutables y la mera sensación de ver sus ojos vidriosos me resultaba espeluznante, pensaba que en cualquier momento moverÃan los ojos, bajarÃan de sus caballos o llorarÃan, etc., como solÃa pas