Quiero escuchar las olas de las playas donde Robinson encontró aquellas huellas que le salvaron la vida.
Un bandoneón lamentando tanta distancia, charangos que bailan entre los ritmos y la murga que celebra tu llegada.
Cuerdas meciendo mi guitarra para hacer más llevadera la espera.
Guitarras eléctricas maldiciendo canciones recuperadas, salvadas del corredor de la muerte, allá donde condenamos el recuerdo de los que antes compartieron los delirios de la carne.
Palpitante. Incandescente como una brasa olvidada.
Qué nervios. Cómo si fuera la primera vez...