Los corceles me arrastran, tan lejos como el ánimo anhela me llevaron. Y una vez que en el renombrado camino de la Diosa me hubieron puesto, que lleva al varón sapiente a través de los poblados, por allà me condujeron. Por allà me llevaban los hábiles corceles tirando del carruaje; las doncellas indicaban el camino. En los cubos del eje con estridente sonido rechinaban ardiendo (acelerado por dos vertiginosas ruedas, de ambos lados) cuando se apresuraban a escoltar las doncellas HelÃadas, abandonadas ya las moradas de la noche hacia la luz, habiendo con sus manos los velos de la cabeza retirada. Allà [están] las puestas de los senderos de la noche y del dÃa y en torno a ellas, dint