Si me preguntan si soy completamente feliz, mi respuesta seria, prácticamente siempre, que no. Que lo sería si algunas cosas mejoraran, cambiaran o se resolvieran favorablemente. Casi siempre faltaría “algo” para sentirme feliz o, al menos, para sentirme plenamente feliz.
La vida muchas veces parece reducirse a tratar de modificar ese conjunto de circunstancias que “están mal”, que serían las que nos impiden ser plenamente felices.
No habría nada de malo en esto si alguna vez realmente pudiéramos resolver esos innumerables problemas y finalmente alcanzáramos el estado de bienestar que tanto anhelamos. Pero pasan los años y esto parece suceder muy pocas veces.