Tengo una unión casi mÃstica con mi propia soledad. Una soledad que no es conmigo misma, una soledad frente al mundo una incapacidad para la comunicación real. Es también una soledad salvadora, que me permite abrigarme con palabras, en oposición a la soledad real, aterradora, de este mundo hostil externo. Las palabras son mi compañÃa, o, por lo menos, desde pequeña se convirtieron en ilusión de ser esto para mi pues la realidad externa nunca me sirvió de apoyo.