Éramos chicos felices en medio de una naturaleza fértil y con riquezas naturales por todo el bosque.
pero algo fallo...
Cuando nacÃ, no deseaba nada. Tan sólo miraba con los ojos muy abiertos a mi alrededor, que solÃa ser hacia arriba. En mi cuna, tan pequeña y frágil, parecÃa merecer los mimos, palabras cariñosas (eran casi onomatopeyas que desafiaban mi intelecto inmaduro aún) y muecas de todo aquel que osaba asomarse a los bordes de mi jaula no escogida. Simplemente, me limitaba a aprender involuntariamente, a absorber como una esponjita todo aquello que se ponÃa a mi alcance. AsÃ, poco a poco, conseguà grandes logros: aprendà a gatear, más tarde a tenerme en pie, balbu