desperte aquella mañana con una tremenda cruda. La noche anterior me habÃa pegado una parranda fuera de casa... bebi como un loco, ni siquiera me acordaba como habÃa regresado a mi casa.
Preso de un dolor de cabeza lacerante, dolidos todos los músculos del cuerpo, la garganta más reseca que lengua de loro; en la boca un sabor a cobre y vinagre. TenÃa miedo aún de abrir los ojos pues lo esperaba, de seguro, la encabronada de mi vieja.
Abri los ojos como pude, y lo que vi me dejó loco. Sobre la mesa de noche estaba una pequeña hielera, llena de cubitos de hielo, con un par de cervezas bien frÃas. Al lado, habÃa un par de Alka-Seltzers y un vaso de agua. Recargado en el vaso e
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