DÃgame, amigo mÃo, como hace usted para ver los designios divinos en este obsesivo y monótono alternarse de nacimientos y defunciones, en este bullir de cuerpos en celo, impulsados por el placer de unos instantes a perpetuar la maldición del dolor, las enfermedades, la vejez, los estragos de la guerra, el hambre y las epidemias…
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