Los cráneos estallan contra los muros de la convicción, se renuevan los mismos gestos heredados en la noche de la concepción coyuntural; el ciclo milagroso que imita a los astros quemándose en el caos multicolor se vuelve inútil. Los dioses se suceden en el trono ufano y las fuentes celestiales para saciar la sed colosal se colman de culpas y arrepentimientos.
Perecemos cada noche por la fiebre producida en nuestra mente colmada de ideas abortadas y agravada por los besos lascivos a la nada. Viajamos de la muerte transitoria de la somnolencia al otro extremo del crepúsculo con la sed abrasadora de resucitar en los escombros, de vivir nuevamente en la revelación cotidiana de nuest
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