La vida cristiana es una vida de victoria (gracias a lo que Jesús hizo, una vez -y para siempre- en la cruz del Calvario).
Esta victoria, en su primera fase, se manifiesta en el hecho de reconocer al Todopoderoso como nuestro Señor y Salvador personal (lo que hace que, inmediatamente, formemos parte de la familia del Bendito (nada menos que de Aquel que creo todas las cosas), puesto que llegamos a ser Sus hijos.
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